¿Playa o montaña?
¿Blanco o negro?
Pelo, ¿corto o largo?
Tortilla de patata, ¿con o sin cebolla?
(Uiss, esta duele).

Este tipo de preguntas te las puedes encontrar en algunas publicaciones para, no sé sabe bajo qué criterio, determinar quién eres o si, por ejemplo, es el momento de cambiar de trabajo. Sabemos que en realidad son un juego y que poco van a ayudar a tomar acción.

El mecanismo que subyace debajo de cada pregunta es que el cerebro no puede dejar de contestarlas, es cuando damos con una buena pregunta cuando podemos encontrar una respuesta valiosa.

El diálogo es una de las bases del coaching que lleva a la reflexión interna y sincera de quién eres y cómo interpretas el mundo.

Logrando mantener entre coach y cliente una conversación que transforme tu visión de ti mismo y la percepción de tu entorno.

Uno de los tipos de coaching que mejor aborda este proceso es el coaching ontológico.

Somos seres que actuamos según la continua interpretación de los hechos. «No sabemos cómo son las cosas, solo sabemos cómo las interpretamos».

El lenguaje con el que se expresa el cliente e interpreta su mundo determina su vida, amplifica sus capacidades o construye limitaciones.

Así, el coaching ontológico busca el cambio a través de la observación del lenguaje y las herramientas lingüísticas que utiliza la persona. El coach trata de mejorar cómo se expresa y su movimiento corporal para generar el cambio.

Rafael Echeverría, referente del coaching ontológico, explica sobre este método: “Nos desbloquea de las situaciones problemáticas percibiendo nuevas soluciones que éramos incapaces de ver. Nos conecta con el inmenso poder transformador que tenemos y nos proyecta hacía la vida de manera distinta”.

En los próximos posts vamos a seguir indagando diversas metodologías aplicadas a los procesos de coaching.

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